30 diciembre, 2024

El teatro y la ficción en la sociedad por Raquel Pérez Benítez

El TEATRO Y LA FICCIÓN EN LA SOCIEDAD

Los antiguos griegos pensaban que el teatro debía ser educativo y moral. Para ellos, mediante el teatro se podía educar a los espectadores en “buenas maneras”. Hoy en día, sabemos que es cierto que la ficción afecta a la realidad. Por ejemplo, muchas mujeres se vieron impulsadas a dedicarse a campos de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (STEM por sus siglas en inglés) al sentirse representada por Dana Scully, el personaje principal de The X-Files. A esto se le conoce como el “efecto Scully”. Pero, ¿es posible que la importancia del teatro en la sociología trascienda los efectos que la ficción pueda tener sobre la realidad? 

En el año 1967, el sociólogo Erving Goffman publicó su libro Interaction ritual, o Ritual de la interacción en español, en la que presentaba su modelo de interacción dramatúrgica. Según Goffman, las interacciones sociales, tanto formales como informales, consisten en representar un papel: actuamos de una cierta manera para que los (posibles) espectadores nos vean de una manera u otra. Esto aplica tanto para cosas obviamente sociales, como las personas en posiciones de autoridad y sus desesperados intentos de demostrar que están sobre el resto, como para características que supuestamente son exclusivamente biológicas. Y es que la mayoría de las personas no nos damos cuenta de cuánto separan en su cabeza, por ejemplo, los sexos, hasta que no nos encontramos con una persona que no cumple lo que se espera de ella. Pensar de un hombre que anda, habla o se sienta como una mujer (o viceversa) debería provocar una cierta reflexión: ¿qué tiene que ver estas cosas y el ser hombre o mujer? En caso de sentarse, andar o hablar como se espera de nuestro sexo, ¿lo hacemos por una predisposición biológica o por un acondicionamiento social? ¿Son los conceptos de “hombre” y “mujer” realmente tan polarizados, determinantes y opuestos? 

Similarmente, el filósofo y teórico político francés Guy Debord publicó en el mismo año su principal trabajo filosófico, La sociedad del espectáculo. En este libro, Debord critica la sociedad capitalista, en la que, según él, las relaciones entre personas se habían convertido en relaciones entre mercancía. Debord propone que las interacciones humanas se han transformado en un espectáculo, y que las personas cada vez nos sentimos más obligadas a performar en una enorme obra de teatro en cuyo elenco entras por coerción. Al final, terminamos por cambiar nuestra forma de actuar hasta en privado por lo que la filósofa Margaret Atwood describió como un voyeur interno: la costumbre a performar para los demás cuando estamos rodeados nos hace performar también cuando estamos a solas. 

Cuando leí 1984, hubo una escena que me horrorizó, probablemente más que el final o que la tercera parte del libro. Al principio, cuando Winston Smith empieza a escribir su diario por primera vez, describe que fue a ver una película sobre la guerra, y detalla cómo una bomba cae en un barco en el que un grupo de judíos trataba de escapar del holocausto y estos son despedazados. Orwell dio una cantidad de detalle suficiente para que le entre el asco a cualquier persona, y sin embargo, los personajes de la novela lo trataban como algo normal, y encasillaban como loca e histérica a la proletaria que se levantó en terror. Orwell, de una manera muy siniestra pero eficaz, nos deja ver que una de las maneras en las que el

Partido controlaba a los habitantes de Oceanía era manipulando los medios para hacerles ver ciertas cosas con buenos ojos. Es parecido a cómo los griegos usaban el teatro para enseñarles a los espectadores cómo se debían comportar. ¿Qué cosas se nos ha enseñado a tolerar porque hemos sido expuestos a ellas en la ficción desde que tenemos memoria? 

El teatro, y con él otras formas de ficción, pueden ser utilizadas como arma política. Y desde hace unos cincuenta años, se ha empezado a ver la sociedad en sí, especialmente la sociedad bajo el marco del capitalismo, como una gran representación de teatro. A partir de estas dos declaraciones, propongo una reflexión: ¿es la manera en la que actuamos una forma de ser politizada? ¿Es posible separar a un individuo del contexto político que le rodea?

Raquel Pérez Benítez 4ºESO-C