Y amanecí agitado. Toda la noche, había estado esperando el momento de rendirme ante el sueño y despertar mágicamente por la mañana. Cuando salí y tomé el camino habitual hacia el instituto, aprecié el arrebol propio del amanecer que siempre me toca ver cuando el otoño se empieza a ir. Sentí que la vida me sonreía, lo último que quería era que, en ese día tan especial,lloviese. Y mojado llegué a casa. Por suerte, siempre llevo dos paraguas encima, uno para mí, y otro en caso de que a alguien lo necesite.
Ni la lluvia iba a pararme, aquel chico debía conocerme. No sé si uno de los dardos dorados de Cupido estuvo tras todo ello, pero cuando lo vi, no pude evitar hacer locuras hasta enterarme de su nombre. Y tras dos semanas, por fin supe de él y me lo encontré en ese mismo día especial. Él se respaldaba de la lluvia tras el saliente de una terraza y yo me acerqué, maldiciendo aquel día lluvioso que iba a complicarme las cosas.
Ahora lo volveré a ver. Tras prestarle un paraguas, necesariamente nos volveremos a encontrar, porque a veces, en los días más lluviosos, sale el sol.
ÁNGEL PALMA VÁZQUEZ. 1º BTO-A